Los dátiles que en estos días se cosechan en todo Marruecos son un componente imprescindible de la cultura gastronómica del país porque van ligados a fechas claves como el Ramadán o las bodas, pero su cultivo y promoción no se ha modernizado del mismo modo que los otros productos de la huerta.

Marruecos es el octavo productor mundial de dátiles, gracias a una actividad que se concentra en los oasis de Tata, Draa, Figuig y Tafilalet, en toda la franja al sur de la cordillera del Gran Atlas.
La ciudad de Erfoud, en el valle del río Ziz (sureste de Marruecos, cerca de la frontera con Argelia), se convierte cada otoño en la capital del dátil: la celebración del Salón Internacional del dátil rompe la quietud propia del lugar con su cortejo de ministros y visitantes ilustres que son una rareza en estos parajes.

La mayoría de variedades se recogen mediante el corte del racimo a golpe de machete, pero algunas variedades «nobles» requieren una recolección más delicada como el mejhul, el dátil más apreciado por su gran tamaño y alta calidad, que se recoge uno por uno desde lo alto de la palmera.
El mejhul, con alto porcentaje de pulpa de fruta, es de las variedades que tienen mayor valor comercial pero el menos consumido por los marroquíes salvo en eventos familiares dado su alto precio: un kilo puede alcanzar hasta 200 dirhams (unos 18 euros).
Aquí los dátiles son un componente básico de la alimentación, y la palmera sustento de su vida: «Los hijos te acabarán dejando, pero cuando plantas una palmera, esta se queda contigo», repiten los habitantes de Erfoud, capital de este valle donde las casas de adobe se aprietan junto al oasis y las palmeras, rodeados por las montañas y el desierto.

«Una palmera es como un hijo más en la familia, y por eso le guardan un gran respeto».

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